La aparición de Internet y la imposibilidad de una regulación absoluta de los contenidos en la Web han hecho que la pornografía adquiriese una popularidad enorme. Después de todo, es sencillo ver material pornográfico en el hogar, a solas, sin la vergüenza de tener gente al lado, y eligiendo tema y duración. Y, sobre todo, de modo gratuito. En cierta medida, la verdadera revolución sexual que supuestamente caracterizó los años sesenta, recién se cumplió cuando el acceso masivo a Internet provocó una democratización absoluta de estos contenidos. Es cierto que hay límites y que algunos de estos materiales son absolutamente ilegales (obviamente la pedofilia y la zoofilia), pero dentro de lo que se trata de imágenes creadas por adultos que consienten en mostrarse teniendo relaciones sexuales completas, la variedad es innumerable.
El efecto de esta explosión en cuanto a los comportamientos sociales aún debería ser medido: por el momento, es bastante claro que ha permitido una mayor tolerancia social –y, lo que es mejor, comprensión– respecto de los deseos reprimidos en la vida cotidiana, de una separación más clara entre lo que implica el sexo lúdicro y el sexo en la pareja, poner en discusión el lugar de cada género en la búsqueda del placer o la satisfacción y entender los deseos no sólo sexuales sino también sociales de personas homosexuales y transgénero. Hablar y mostrar mucho sexo, o tener la posibilidad de acceder a su representación, lo vuelve día a día más cotidiano y menos circunscripto a una neblina malvada o morbosa. En ese punto, algo hay que agradecerle a esta masificación de los contenidos, aunque es claro que también tiene su costado oscuro o negativo toda vez que los mecanismos de restricción de imágenes para menores de edad o de control parental tienen la desventaja de poder ser quebrados. Incluso así, el “exceso” de libertad parece menos perjudicial que la censura.
Pero hay otro problema serio que trae esta difusión gracias a la red y tiene mucho menos que ver con la cuestión moral o ética alrededor del sexo que con cuestiones puramente técnicas. En efecto: en gran medida, la proliferación de sitios pornográficos –que, de todos modos, no llegan a ocupar ni el 20% de las horas totales de navegación por la Web de toda la humanidad en un año– y su consumo acrítico por gran parte de quienes se aficionan al entretenimiento adulto ha permitido la proliferación incontrolada de virus, troyanos y destrucción de archivos. Lo mismo sucede con los sitios que ofrecen gratis material sujeto a derechos de autor (discos, películas, etcétera) o servidores de juegos online no autorizados. Otro punto importante es que la proliferación de material pornográfico en las redes hace que decrezca su calidad: más gente haciendo lo mismo más rápido sin –digamos– “sentido crítico”. Sin embargo, la red sigue siendo para muchos el único futuro posible en la difusión libre de contenidos de todo tipo y hay empresas que apuestan directamente a ello.
Un ejemplo claroes el sitio Danni’s Hard Drive. Desde su nombre, se orienta hacia Internet y tiene un modelo de negocios muy diferente del resto de las empresas de entretenimiento chicas chicas xxx. Lo primero que desarrollaron fue la tecnología, a la par de subir contenidos porno. Al punto que el mayor crecimiento año a año se da en la venta a otras empresas de software de seguridad para tarjetas de crédito, difusión en streaming, etcétera (y esto a compañías que nada tienen que ver con la pornografía). Todo el contenido gira alrededor de un directorio de modelos, que se taguea bajo diferentes categorías de modo de poder presentarlo al usuario de múltiples maneras y por múltiples entradas. Y además el sitio, que es pago, funciona básicamente con la estructura de una red social, incluso permite la interacción de los usuarios con las “chicas” de un modo seguro y controlado. Esta capacidad de comunicación hace no sólo que la experiencia exceda con mucho el único hecho de ver sexo, sino que lleva a que el sexo sea el motor de otro tipo de discusiones. Danni’s parece, por ahora, el mejor modelo para evitar que el negocio sea fagocitado por el contenido amateur y la piratería: transformar al cliente en usuario