En esta columna de Los Lunes al Sol, la periodista María Díaz reflexiona sobre la polémica que han generado en las redes sociales las declaraciones de dos actrices, como Candela Peña y Blanca Suárez en las que pedían trabajo. Y la controversia no nos queda muy claro si es porque los profesionales de la escena no tienen derecho a reclamar un jornal o si aún algunos sectores ven con malos ojos eso de pedir un empleo en los tiempos que corren.
Me llama la atención que en este país en el que las cifras del paro están devorando la moral de la ciudadanía, ejerzamos de críticos y ejecutores de las personas que aprovechan un escenario, un atril o un medio de comunicación para pedir trabajo. ¿Por qué no? Quieren comer, pagar un piso, tener una vida. El trabajo es un derecho y pedirlo, por ende, también. Si ellos disponen de “púlpitos” que otros no tenemos, no es motivo para desdeñarlos.
Me refiero a los actores. El día que Candela Peña, premio importante en mano reivindicó trabajo ante millones de españoles no lo hizo por soberbia si no por humildad: lo necesita. Lo mismo que Blanca Suárez cuando se expresa en los mismo términos en una entrevista. ¿Por qué creemos todos que los artistas por el hecho de serlo, incluso de arrastrar fama con su oficio, están sobrados de todo? En absoluto. Se mueven en una profesión que David Mamet definió con acierto como “de putas”. Transitan sobre un delgado hilo, en un oficio, que eso es lo que es eso de actuar, que hoy les da para ganarse el pan y mañana les deja 3 años sin un contrato. Aquí no hay pagas extras, ni vacaciones. Y si hay vacaciones, malo. Que en este mundillo uno nunca sabe cuándo terminan. Cuando empiezan, sí. Pero cuando terminan…
Así que no sé porque esa insidia a la hora de atacar a los actores de este país, que grabados por un 21 % ven como sus opciones a ganar dinero para subsistir se van yendo a la mierda por momentos. Recordemos que son esos seres que se meten en la piel de otros para hacernos disfrutar con sus trabajos. Esos que nos arrastran a pegarnos a una novela televisiva o a dejarnos los cuartos en el cine para escaparnos del mundo que nos rodea.
Desde hace años se intenta poner en pie la llamada “Casa del Actor”, un lugar en el que recoger a los actores que dejaron de ser llamados por los que ponen en pie películas, funciones de teatro o series en la tele. Un lugar en el que poder dormir y tener un plato de comida. Sin lujos, sin fama. El trabajo del actor es ingrato y arriesgado. Apenas les da para ahorrar en la mayoría de las veces. Muchos no han pasado nunca de hacer papeles secundarios y estoy segura de que ustedes, por más que los han visto, desconocen sus nombres. De los jóvenes que empiezan, conozco a muchos que me han servido en un bar. Pero aman su profesión y quieren intentarlo. Y alguien les da una opción y se expresan como cualquier ser humano: necesito trabajo. Y eso, en lugar de humillarlos, les ennoblece. Porque exhiben ante nosotros su condición de ser humanos. Nosotros, luego, los mitificaremos y adoraremos o les odiaremos bien porque les asociemos con sus personajes bien porque les creamos a salvo de la ruina económica de este país porque su labor lleva una propina: la fama.
Pues ya ven, son como usted y como yo. Viven en el filo de la navaja y no saben si mañana podrán llevar algo de comer a su mesa. Y reivindican el derecho de cualquiera a un trabajo. Entre otras cosas, porque cuando aparecen ante nosotros los creemos sobrados de todo. Por eso corren ellos a decir, a quien corresponda, que eso no es así y que están libres para recibir ofertas. Y mal del que estando sin trabajo como ellos no alce su voz para reivindicar de una manera honrada un jornal digno que le permita llevar una vida en condiciones.